LBR | Opinión Fanpage Face: https://www.facebook.com/LilianaBecerrilR Tw: La impotencia y la indignación que experimentamos ante feminicidios, fichas de búsqueda de niñas, jóvenes y mujeres que tapizan las paredes solicitando información de sus paraderos, que suelen ser víctimas de la trata de blancas y explotación sexual, así como de las diversas formas de violencia contra la mujer que aún están normalizadas, son buenas razones para levantar la voz, para exigir justicia y el esclarecimiento de todos esos delitos que nos duelen, poner un alto a la impunidad. Nada hace mas daño que el silencio cuando los atropellos suceden con total impunidad. El 8 de marzo, desde hace 45 años, conmemoramos el Día de la Mujer como un día para hacer claramente visible la desigualdad de género al que las mujeres tenemos que encarar, evidenciando un sistema patriarcal en el que no tenemos ni voz ni voto suficiente para hacer valer nuestros deseos, inquietudes y derechos. El mundo debe escucharnos y atender. No somos minoría, conformamos más del 50% de la población mundial y merecemos ser consideradas en los grandes procesos que conforman al mundo actual, pues nos afecta. Es indispensable poner un énfasis especial en la violencia que se ejerce contra las mujeres desde el seno familiar y hasta los ámbitos sociopolíticos, haciendo valer nuestro peso social. Sin embargo, la forma y fondo deben ser congruentes, porque manifestarnos es un derecho conquistado y es necesario que haya firmeza en nuestras demandas, pero cuando las manifestaciones van acompañadas de vandalismo pierden seriedad y la atención de la sociedad se enfoca en los daños generados y no en el propósito de la movilización. La violencia es ruido, daño y dolor, una barrera que impide que fluya el diálogo, que se sumen voluntades y haya acuerdos que merezcan concretarse para crear nuevas realidades. Sin duda, la sororidad es un valor que sostiene al feminismo. Es un amor capaz de hacernos ver reflejadas en la realidad de otras mujeres, de otras personas; por eso, por respeto a las ausencias que quiebran hogares, por las muertes sin sentido, por las víctimas de la violencia normalizada, de las políticas públicas que minimizan los problemas sociales generados por la desigualdad de género, es necesario que nos manifestemos con inteligencia, con firmeza y determinación. Y desde la sororidad tenemos que levantar la voz, conseguir reformas reales que nos ofrezcan seguridad, justicia y paz social, para que ser mujer no sea una desventaja, una condición de vulnerabilidad. Tenemos que romper un sistema de ideas, no estructuras arquitectónicas; tenemos que sumar voluntades, no descalificar a los hombres solo porque son un género diferente al nuestro, ellos no son el enemigo, pues al final del día nuestros adversarios son la violencia, en cualquiera de sus formas y en contra de cualquier persona, un sistema de ideas que jamás fue justo, una educación que fomenta los abusos y una sociedad apática, los discursos machistas y las malas prácticas que nos cosifican , minimizan nuestras capacidades y banalizan nuestras aspiraciones. Orquestemos un cambio real, firme y determinado, pero pacífico, porque desde la paz puede haber acuerdos y convenios. La violencia no nos devolverá a las que han partido clamando justicia, no nos ayudará a dar con el paradero de nuestras desaparecidas. Solo haciendo valer nuestros derechos con conocimiento, involucrándonos con nuestro potencial, talento y convicción, podemos construir una nueva realidad, la que necesitamos y que merecemos.
La impotencia y la indignación que experimentamos ante feminicidios, fichas de búsqueda de niñas, jóvenes y mujeres que tapizan las paredes solicitando información de sus paraderos, que suelen ser víctimas de la trata de blancas y explotación sexual, así como de las diversas formas de violencia contra la mujer que aún están normalizadas, son buenas razones para levantar la voz, para exigir justicia y el esclarecimiento de todos esos delitos que nos duelen, poner un alto a la impunidad. Nada hace mas daño que el silencio cuando los atropellos suceden con total impunidad.
El 8 de marzo, desde hace 45 años, conmemoramos el Día de la Mujer como un día para hacer claramente visible la desigualdad de género al que las mujeres tenemos que encarar, evidenciando un sistema patriarcal en el que no tenemos ni voz ni voto suficiente para hacer valer nuestros deseos, inquietudes y derechos. El mundo debe escucharnos y atender. No somos minoría, conformamos más del 50% de la población mundial y merecemos ser consideradas en los grandes procesos que conforman al mundo actual, pues nos afecta.
Es indispensable poner un énfasis especial en la violencia que se ejerce contra las mujeres desde el seno familiar y hasta los ámbitos sociopolíticos, haciendo valer nuestro peso social. Sin embargo, la forma y fondo deben ser congruentes, porque manifestarnos es un derecho conquistado y es necesario que haya firmeza en nuestras demandas, pero cuando las manifestaciones van acompañadas de vandalismo pierden seriedad y la atención de la sociedad se enfoca en los daños generados y no en el propósito de la movilización. La violencia es ruido, daño y dolor, una barrera que impide que fluya el diálogo, que se sumen voluntades y haya acuerdos que merezcan concretarse para crear nuevas realidades.
Sin duda, la sororidad es un valor que sostiene al feminismo. Es un amor capaz de hacernos ver reflejadas en la realidad de otras mujeres, de otras personas; por eso, por respeto a las ausencias que quiebran hogares, por las muertes sin sentido, por las víctimas de la violencia normalizada, de las políticas públicas que minimizan los problemas sociales generados por la desigualdad de género, es necesario que nos manifestemos con inteligencia, con firmeza y determinación. Y desde la sororidad tenemos que levantar la voz, conseguir reformas reales que nos ofrezcan seguridad, justicia y paz social, para que ser mujer no sea una desventaja, una condición de vulnerabilidad.
Tenemos que romper un sistema de ideas, no estructuras arquitectónicas; tenemos que sumar voluntades, no descalificar a los hombres solo porque son un género diferente al nuestro, ellos no son el enemigo, pues al final del día nuestros adversarios son la violencia, en cualquiera de sus formas y en contra de cualquier persona, un sistema de ideas que jamás fue justo, una educación que fomenta los abusos y una sociedad apática, los discursos machistas y las malas prácticas que nos cosifican , minimizan nuestras capacidades y banalizan nuestras aspiraciones.
Orquestemos un cambio real, firme y determinado, pero pacífico, porque desde la paz puede haber acuerdos y convenios. La violencia no nos devolverá a las que han partido clamando justicia, no nos ayudará a dar con el paradero de nuestras desaparecidas. Solo haciendo valer nuestros derechos con conocimiento, involucrándonos con nuestro potencial, talento y convicción, podemos construir una nueva realidad, la que necesitamos y que merecemos.
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