EL TORTURADOR | Cumpliste cinco años. El abuelo enuncia orgulloso, en cada oportunidad, que para la edad que tienes eres muy hábil e inteligente, no ve la necesidad de enviarte a la escuela. El otro día te regaló una resortera y te enseñó a usarla. Su recomendación fue derribar aves, sin embargo, tu puntería no es buena y crees que es mejor practicar con las lagartijas que se posan en las paredes. Son blanco fácil.
Después de muchos intentos logras derribar a la primera víctima. Un golpe certero en su tronco escamoso la deja moribunda en el piso. Observas con cautela. Con una mano empuñas tu honda y con la otra sujetas un pedazo de madera de los que abundan en el patio trasero de la casa. Sus párpados te desagradan. Hundes la astilla en el estómago. Parece muerta. Presionas con más fuerza y un poco de sangre escapa por el hocico. Escalofríos y náuseas te acompañan. Mueve una pata. Te das cuenta que sigue viva y cercenas rápidamente su cabeza. La cacería continua.
Sobre el piso, frente a ti, hay más de una docena de lagartijas tendidas en línea. Un pedazo de vidrio es tu arma complementaria. Las desmiembras una por una. Cuando terminas, tienes un rompecabezas de patas, colas, dedos, cabezas, ojos y vísceras.
De tus herramientas escondidas en un bote de leche, sacas los cerillos que hurtaste de la cocina de la abuela. Comienzas a incendiarlas. Se apagan a los pocos segundos. Consigues un poco de papel y las cubres. Ahora el fuego prevalece. Huele a carne quemada. Observas con serenidad.
Ahora sabes que el olor de las lagartijas al fuego, es picante. Que pueden amputarse la cola cuando están en peligro. Las moscas sin alas saltan como arañas. Las arañas provocan un corto zumbido al consumirse en el fuego. Los chapulines sin espiráculo pueden caminar como si nos les doliera. Sin las patas traseras quedan indefensos, pero si les amputas solo una, brincan de lado. Te parecen graciosos.
El otro día encontraste un nido de ratones recién nacidos. Lucían como pequeños lechones albinos. Con sus ojos cerrados chillaban sin parar. Sus abdómenes parecían vaciarse y llenarse rápidamente. Al primero lo partiste por la mitad con una hoz. A otro lo desmembraste. Al siguiente lo echaste al corral de los cerdos y uno de ellos lo intentó tragar mientras gruñía. Los mirabas extasiado. El resto fue aplastado por la suela de tu zapato.
Un día el gato de la familia murió. El abuelo lo dijo durante la cena. Papá lo embolsó a primera hora del día siguiente y lo aventó lejos de la casa. Merodeaste antes del almuerzo por el lugar, pero no te atreviste a abrir la bolsa.
Meses después, la familia tuvo su primera camioneta. Mamá, la abuela y el abuelo corrieron a recibir a Papá. Después de dar la sorpresa bajó de la batea a un pequeño cachorro. Lo trajo para ti. Lo recibes con entusiasmo, apenas cabe en tu regazo. Lo llevas contigo a todas partes. Lo bautizas “Chocolate”.
Aun no puede correr, la mayor parte del tiempo intenta lamerte la mano y sacude la cola cuando le acaricias el lomo. Lo encierras en una cubeta para ver cómo intenta escapar. Intentas zambullir su cabeza en el riachuelo que se forma por el desagüe del lavadero. Te parece divertido ver cómo se ahoga. Tienes curiosidad por saber qué tiene dentro. Lo asfixias por momentos, pero sus rasguños y sus chillidos son tan fuertes que no te dejan continuar.
Buscas algo más para dar el siguiente paso. Mamá puede sospechar si se le pierde un cuchillo de la cocina. La pala de papá es muy grande y pesada. Todo indica que el cuchillo de sierra de la abuela es el indicado, pero tomarlo de donde lo tiene colgado es imposible.
Lo metes en un bote, apenas cabe, le colocas la tapa y lo empiezas a patear por todo el patio. Te detienes. Lo sacas un poco aturdido y sin aliento. No sabes si es mejor darle de martillazos o quemarlo. Mamá te sorprende mientras retuerces una de sus patas y te jala de la oreja para reprenderte. Mientras lloras, te dice que tienes prohibido jugar con él una semana.
Cumplido el castigo lo recibes de vuelta. Corrió hacía tus brazos en cuanto mamá le abrió la puerta de uno de los corrales de gallinas que le sirvió de asilo. Se encaminan a la cerca para despedir a papá y al abuelo que van al campo. Mientras ellos dos intercambian algunas palabras con mamá, aprovechas para colocar a “Chocolate” frente a una de las llantas.
Cierran la puerta, papá agita sus manos indicando desde adentro que te alejes. Arranca el motor y al avanzar, un fuerte y efímero alarido se escucha. Mamá, desesperada, golpea con la palma la ventanilla de la camioneta mientras tú observas las vísceras de tu mascota. Hubieras querido levantarlas y revisarlas una por una. Quizás quemarlas o ponerlas a secar en alguna parte. Te abrazan.
En la casa de los vecinos a veces llora un niño. Lo has visto a lo lejos mientras juegas en el patio. Te causa rabia la forma en que se desplaza. Apenas da sus primeros pasos. Sus expresiones te hacen sentir molesto. Frunces el ceño mientras lo miras.
Recuerdas que en casa hay unas tijeras siempre disponibles en la cabecera de la cama. Comienzas a imaginar que las tienes. Con ellas cortarías su garganta, su lengua, luego los párpados. Extasiado pinchas ahora las mejillas, oídos, nariz; vuelves a sus globos oculares. Pareces estar en trance. Mamá termina con todo cuando te avisa que es hora de bañarte.
Parado sobre la silla descuelgas el cuchillo de sierra en la cocina de la abuela. La hoz del abuelo y tu bote de herramientas de tortura también te acompañan. Apenas te levantas de la cama, vigilas la casa de los vecinos.
***GUILLERMO SÁNCHEZ GARCÍA***
Periodista, Escritor, Músico y Dibujante Tlaxcalteca. Es autor del *Manual de música Acetato Orquestas Vol.1, 2, 3, 4 y 5 (Editorial Independiente 2012-2019) *Coautor de la Novela gráfica Roberto y Elisa (Editorial Blanca 2019) *Letras periféricas/Antología de cuentos marginales (Ediciones el Perro, próxima publicación) *Amor y Pachanga, Compendio de compositores Tlaxcaltecas. *Actualmente es columnista en Agencia Informativa GraphosCc Tlx y Director de la Academia de música Acetato Orquestas. Facebook: @Guillermo S. García/ @memoart
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